
La rosa
proveniente de Asia se afincó en el valle del Nilo en donde los egipcios
llegaron a ser excelentes cultivadores. En la época de los Ptolomeos se
exportaron rosas y también jardineros a Roma para embellecer sus jardines-
Los
rosales adornaban los jardines romanos, con sus flores se hacían coronas y
guirnaldas, sus pétalos se lanzaban
sobre cortejos, cubrían los lechos
refinados, inundaban fiestas e incluso
instauraron la Fiesta de las Rosas en la que los familiares las arrojaban sobre
las tumbas de sus muertos.
Siempre
fue la reina de las flores y su cultivo tenía muchas veces un espacio propio en
los jardines. Las rosas y las rosaledas
muchas veces son citadas de forma singular en la literatura clásica.
Mi cita
de hoy corresponde a nuestro poeta Marcial que recibió como regalo de una
admiradora una finca en Bilbilis y de ella decía:
“Este bosque, estas fuentes, esta sombra
entretejida de la erguida parra, el manar del agua de esta acequia, y los
prados y la rosaleda que no desmerecerán de la bífera Paestum, y las hortalizas
que verdean en el mes de Jano y no se hielan, y la anguila doméstica, que nada
en aguas amuralladas, y este blanco palomar que cobija aves de su mismo color,
regalos son de mi dueña: a mi vuelta, al cabo de siete lustros, Marcela me ha
dado esta casa y este pequeño reino. Si Nausicaa quisiera entregarme los
jardines de su padre, podría yo decirle a Alcinoo: “Prefiero los mios”
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Bibliografia
SANTIAGO
SEGURA MUNGUÍA Los jardines en la
Antigüedad. Bilbao 2005
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